Este fin de semana he estado sin Netflix y ha tocado ver televisión tradicional. Eso quiere decir que me he tragado una infinidad de cortes publicitarios. Hacía tiempo que no los sufría. ¿La conclusión tras horas de vida perdidas? La publicidad, en términos generales, sigue siendo casposa.
Según algunos estudios recibimos entorno a los 3000 impactos publicitarios diarios, de los cuales nos acordamos de una ínfima fracción. Eso es debido a que nuestra mente desecha el resto.
Ese porcentaje tan alto de fallo debería de servir de aviso al sector publicitario. ¿Es culpa del anunciante, de la agencia o del público objetivo por ser como es? Quizás haya un poco de todo.
No hay más que encender el televisor para ver a una tropa de cuñados que siguen intentando venderte un préstamo; al típico futbolista inexpresivo repartiendo helados; a tertulianos vendiendo cualquier objeto absurdo que les pongan delante; ¡o la vuelta de Marina D’or, ciudad de vejaciones!
Solo queda esperar a que aparezca Camacho con su Polaris World.
Pero lo que he visto este fin de semana no es exclusivo de la televisión. Los periódicos tampoco se quedan atrás, siguen llenos de publicidad de viagra dignos de 1985; joyerías que pretenden vender a María Antonieta; cupones del museo de los horrores; tarotistas y videntes ocupando páginas y páginas…
Si algún día fue el medio «culto», hace tiempo que dejó de serlo.
En cuanto a lo que pasa en la radio ya casi resulta entrañable. Con cuñas de carajillo y puro nos sabemos todos los cursillos a distancia y anuncios dirigidos a ala radical de los taxistas.
Pero de esta nadie se salva. Incluso las páginas de internet están llenas de campañas diseñadas sin gusto, con imágenes con menos resolución que el Fifa 98. Además, cuando menos te lo esperas o cuando estás con tu pareja, te asalta un anuncio con las vecinitas calientes de tu barrio. Para que luego muchas empresas de contenidos se quejen del uso de bloqueadores de publicidad, pero es que a día de hoy están prácticamente justificados.
Pero bueno, pese a que hoy es lunes y lo veo todo muy negro, quiero acabar esta reflexión llamando a la esperanza. Hay muchas agencias creativas que no comulgamos con lo actual ni con lo rancio. Además, poco a poco las pequeñas y medianas empresas apuestan por el diseño y la originalidad, frente al olor a Brummel que muchas todavía emanan.
¿Cuestión quizás de un cambio generacional?